domingo, 14 de abril de 2013

Soy un grandísimo pecador



...y verdaderamente que lo soy
Al ver Nicolás las señas que le había dado el demonio, mandó que le agarrotasen la cabeza, y lo hicieron con tanta crueldad, que la cuerda se le entraba en la carne. Después le aplicó el tormento de la cuerda, haciéndole estirar y torturar los brazos y descoyuntar todo el cuerpo, sin ninguna compasión. Preguntado fray Junípero quién era, respondió:-- Soy un grandísimo pecador.
Preguntado si quería entregar el castillo a los de Viterbo, dijo:
-- Soy un pésimo traidor, indigno de todo bien.
Preguntándole si intentaba matar con aquella lezna a Nicolás e incendiar el castillo, contestó:
-- Muchos mayores y peores males haría, si Dios me lo permitiese.
El fragmento arriba copiado es de las Florecillas de San Francisco de Asís, más específicamente de la Vida de Fray Junípero. En el se narra como el tirano Nicolás engañado por el demonio hace prender a Fray Junípero bajo acusación de asesino. Fray Junípero sorprendentemente no niega las acusaciones, sino que hace notar que solo porque Dios lo evita es que no hace esas cosas y peores. Posteriormente otro Fray logra convencer al tirano Nicolás de la inocencia de Fray Junípero, quien es soltado.

¿Y para qué la historia?
Bien, al igual que Fray Junípero tenemos que entender que sin Dios no podríamos hacer nada bueno. Es decir sin Dios yo ni siquiera sería capaz de rezar la más pequeña oración ni de hacer la acción más sencilla en favor de otra persona, pero no solo eso, es que sin Dios, yo sólo viviría de pecado en pecado, y no me refiero a "pecadillos" veniales, sino a cosas gravísimas, sin Dios yo sería el más repugnante, asqueroso y miserable asesino, violador, pedófilo, sodomita, traidor, embaucador, psicópata, glotón, envidioso, déspota, avaro, ladrón, en fin, todo lo malo que puede llegar a ser un hombre, y todavía más.

Esto es necesario recordarlo constantemente, puesto que si creemos no ser "tan malos" y que tales o cuales cosas no seríamos "capaces de cometer" nos engañamos a nosotros mismos y aún peor despreciamos la Misericordia y el Amor que Dios nos da para salvarnos de estas maldades, para salvarnos de nosotros mismos que, a pesar del bautismo, seguimos desordenados y en constante lucha el alma contra la carne.

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